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Diciembre y salud mental: por qué esta época puede intensificar el malestar emocional



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La temporada navideña suele asociarse con alegría, celebración y unión familiar. Sin embargo, detrás de esta imagen festiva existe una realidad menos visible: para muchas personas, diciembre puede ser emocionalmente desafiante. La mezcla entre expectativas sociales, demandas familiares, presión económica y el peso simbólico del cierre de año puede actuar como un amplificador emocional, intensificando síntomas de ansiedad, tristeza y agotamiento.


Al recorrer la ciudad, visitar centros comerciales o simplemente entrar a las redes sociales, resaltan las decoraciones, los mensajes sobre gratitud y alegría, y las imágenes de celebraciones constantes. Aunque estos elementos pueden resultar reconfortantes para algunos, también pueden despertar una autoexigencia silenciosa: “tengo que sentirme feliz”. Cuando esa emoción no surge de manera natural, aparece la culpa: “¿por qué no puedo disfrutar como los demás?”


Desde la psicología sabemos que la presión por sentir una emoción específica suele tener el efecto contrario. Exigirnos alegría puede incrementar la ansiedad, reforzar la autocrítica y, en personas con síntomas depresivos, profundizar la sensación de insuficiencia.


A esto se suma la influencia de las redes sociales. Diciembre es uno de los meses más cuidadosamente “curados” en términos visuales: hogares perfectamente decorados, reuniones familiares armoniosas, fotos alrededor del arbolito con las famosas pijamas de Navidad y fiestas donde todos parecen gozar sin preocupaciones. Pero lo que no vemos son las conversaciones tensas antes de tomarse esas fotos, las limitaciones económicas, las ausencias que duelen más en esta época, el cansancio acumulado o la vulnerabilidad emocional detrás de cada sonrisa.


La comparación inevitablemente surge y, con ella, distintas trampas de pensamiento o distorsiones cognitivas: el pensamiento dicotómico (“todo el mundo está bien y yo no”), la lectura de mente (“seguro todos la están pasando mejor que yo”) o la descalificación de lo positivo propio (“mi vida no se ve así, entonces algo estoy haciendo mal”). Ante esto, es importante recordar que las redes muestran momentos, más no realidades completas.


Diciembre también tiene un efecto emocional particular porque es una época profundamente familiar. Por eso mismo, remarca lo que tenemos y lo que hemos perdido. Para quienes atraviesan un duelo, extrañan a alguien o están en una transición significativa, las fiestas pueden reactivar emociones intensas. La nostalgia, la tristeza y la melancolía son naturales frente a una temporada que funciona como un espejo emocional: refleja ausencias, cambios y recuerdos, a veces con una fuerza inesperada.


Para muchas personas, estas fechas implican además reunirse con familiares o ambientes que no siempre representan un espacio emocional seguro. Surgen preguntas invasivas, comentarios sobre el cuerpo, la vida personal o decisiones de vida, así como conversaciones que pueden generar tensión o malestar. En estos casos, recordar la importancia de los límites emocionales es fundamental: permiten preservar la estabilidad interna incluso en contextos que resultan desafiantes.


Todo este escenario, compuesto por comparaciones, expectativas, presión interna y entornos familiares complejos, suele coincidir con otro fenómeno muy característico del mes: la autoevaluación. Surgen preguntas como: ¿logré lo que quería este año? ¿Estoy avanzando como esperaba? ¿Me siento estancado? En personas con ansiedad o depresión, este ejercicio puede convertirse rápidamente en autocrítica severa. Reflexionar sobre nuestro año es válido, pero es esencial evitar que esa revisión se convierta en un mecanismo de castigo o en una comparación con una versión idealizada e inalcanzable de nosotros mismos.

Y, aunque solemos centrarnos en nuestra propia experiencia, diciembre también es un buen momento para mirar hacia afuera: si conoces a alguien que esté pasando por un momento difícil, ten en cuenta que esta época puede intensificar su malestar. Un mensaje, un gesto de presencia o una simple conversación pueden marcar una diferencia real.

Y tú que me lees, recuerda que no todo el mundo vive estas fechas de la misma manera. Para algunos, diciembre es fiesta; para otros, es un proceso. Hay quien celebra y hay quien reconstruye. Lo importante no es encajar en una narrativa colectiva, sino ser honesto con tu propio ritmo emocional. 


 
 
 

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